LAS VÍRGENES CONSAGRADAS



Fue la primera forma de vida consagrada. Brotó en hombres y mujeres pertenecientes a las primitivas comunidades cristianas. Poseían el deseo de asemejarse en todo a Cristo.

En el Derecho Canónico (nº 604) se establece que es una forma “semejante” a la vida consagrada, no igual. La razón es muy sencilla. Mientras que la vida consagrada comporta la profesión de los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia), estas mujeres se consagran a Dios solo a través de su virginidad.

Aunque el Derecho Canónico las llama “orden de las vírgenes”, esto no significa que sean una orden religiosa femenina a semejanza de un Instituto religioso (como las Capuchinas, o las Benedictinas, por ejemplo). Utiliza la palabra “orden” en lugar de grupo, clase o categoría.

Como dijimos, este tipo de vida consagrada hunde sus raíces en los inicios del cristianismo. Cuando la virginidad no era vista como un valor en una sociedad que solo concebía para la mujer la vía del matrimonio, mujeres como las cuatro hijas del diácono Felipe, que eran vírgenes y profetizaban (Cf. Hch 21,8-10), portaban toda la novedad del mensaje evangélico.




Otras desempeñaban servicios muy importantes en la primitiva comunidad como Febe, colaboradora del apóstol Pablo (Cf. Rm 16,1). Este la presenta como “diaconisa”, un término griego que literalmente significa “servidora” y que no implica el orden sacerdotal.

Estas mujeres hacen de su vida un testimonio vivo del amor de Dios a la humanidad, al dedicarse por entero al servicio de la Iglesia. Lo hacen por medio de la oración, la penitencia, el servicio a los hermanos y el trabajo apostólico.

Pueden elegir vivir en comunidad para ayudarse en la vivencia de su consagración. Sin embargo, este no es un requisito indispensable para esta forma de vida consagrada.

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